Segundo Iriarte (o cómo se vé todo desde arríba)
Vívo en un octavo piso. Explicar esto es menester cuando uno toma como gesta narrar cómo se vé todo desde arriva. Miento. Si les digo, queridos míos, "todo", me refiero sólo a la fracción de realidad pronta a retratar. Pronta, en el léxico de las alturas, quiere decir, que me dispongo a hacerlo inmediatamente ahora.
Algunas personas entienden todo mal. O entienden sólo lo que quieren entender. Si van a contarle algo a su editor, asegurensé se estar en sintonía con él; de un tiempo a esta parte, recuerdo haberle contado a mi editor en jefe, que vivía en las alturas. Sus pupilas se dilataron y me lanzó un peculiar brillo con su mirada. Me sentía un especimen. Sólo eso bastó para notar la inmediata y divína distancia que se generó entre nosotros, aunque la verdad es que nunca fuimos muy cercanos. Amigos, lo que se dice "amigos", no eramos. Fuí y soy, un simple empleado. Nada más.
¿Por qué una persona que parece estár en sus cabales cometería semejante malinterpretación?. Casí por inersia lo imáginé flotando en una nube de humo de tabaco. Una bruma densa y dulzona lo envuelve, como una espiral producto de una lengua gigante y rosada que, en movimientos circulares despide lentamente una espesa y pálida bocanada. Camino por la playa, justo en la línea del agua y la arena; justo en esa margen de salitre que, más adelante, en los acantilados, abraza las rocas y deja su huella como una monstruosa salpicadura de semen seco. En ese momento, en ese lugar, en ese lapsus, ¿qué más puede uno pensar o hacer, que quedarse inmovil y estupefacto esbozando mentalmente las dimensiones sobrenaturales del miembro viril capaz de producir esa maravillosa cantidad de leche de vida?. Volviendo a la playa, a la linea cambiante que divide la arena y el agua, giro mi cabeza y veo una caberna, de cuya oscura boca sale una bola de algodón lánguida y grís, es humo. Y mi editor, flota y se desdibuja en él.
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