domingo, marzo 14, 2004

Mea culpa

Antes de pasar revista a las obras que más lo conmovieron, trata de comprender por qué su inofensivo entusiasmo por la rubia substancia es percibido por la sociedad como un asunto tan escabroso. Después de todo, como indica la fórmula química que abre el libro, sólo se trata de sales minerales y un poco de urea, un líquido perfectamente fresco y potable. ¿Es necesario agregar que ni siquiera engorda?
La tesis de Koster es la siguiente: "La orina, como todo lo que, físico y moral, toca la esfera genital -lugar privilegiado del deseo y del asco, funciones de la voluptuosidad y la excreción, lugar de la retención o de la incontinencia-, sugiere imágenes donde se alternan el néctar y la inmundicia, el anatema y la celebración". Así, la perturbadora ambigüedad que supone la vecindad de los orificios con sus múltiples roles, la mezcla de aromas y sabores, explicaría en parte la aprehensión que suscita el pis. Es entendible entonces que muchos opinen que nada bueno puede salir de esta promiscua región. Inter faeces et urinam nascimur ("Entre heces y orina nacemos"), recordaba con severidad san Agustín. Para quien abandonara su primera vocación de libertino sexual, estaba claro que la escatológica puerta de entrada al mundo no hace más que remitir a una humanidad condenada al pecado.
La represión religiosa, escandalizada frente a la superposición de las zonas urinarias y erógenas, parió un sinnúmero de oscuros preceptos morales. Aunque, al mismo tiempo, engendró conductas menos católicas. Una de las contrapartidas más elocuentes de esta censura tuvo curso del Medioevo al Renacimiento. En este período, al hombre que quisiese exorcizar su temor a la impotencia sexual se le recomendaba vivamente "mear en el agujero de la cerradura de la iglesia donde se había casado".
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La orina es un tema literario de conexiones insospechadas, al menos según el ensayista francés Serge Koster, quien hizo un inventario preliminar del fluido tema.

La Musardine es una pequeña y exquisita editorial parisina que, desde 1995, publica exclusivamente literatura erótica. La casa central, dirigida en gran parte por mujeres que rondan los treinta años, ocupa el primer piso de un edificio ubicado a pocos metros del Cementerio de Père Lachaise. La planta baja, aunque tiene un aire de sex-shop, oficia de librería. Los clientes, hay que admitirlo, son únicamente hombres de más de cuarenta. Con ojos de entendidos escrutan las cuidadas obras editadas arriba, como la Antología del coito o la Enciclopedia de la historieta erótica, cuando no buscan reediciones de los clásicos que circularon durante siglos sous le manteau (bajo cuerda). En estos días, los conocedores se detienen frente al escaparate donde brilla la tapa dorada de un elegante librito de 140 páginas: Pluie d'or. Pour une théorie liquide du plaisir. En las primeras líneas, el lector descubre la genealogía del ensayo. La mañana del 25 de agosto de 1999 había encontrado a Serge Koster en el cine mirando las primeras escenas de la película póstuma de Stanley Kubrick. Con los ojos bien abiertos, observaba cómo Alice (Nicole Kidman) orinaba sentada en el inodoro frente a la indiferente mirada de Bill (Tom Cruise), su marido. En un movimiento simultáneo, Kidman se paró, se frotó mecánicamente la entrepierna con un trozo de papel higiénico, lo dejó caer en la taza y tiró de la cadena. Dos horas más tarde, el film concluía cuando Kidman le anunciaba a Cruise lo que necesitaban para salvar su deteriorada pareja: "to fuck". "Ella se vaciaba, por lo tanto había que llenarla", ató cabos un Koster en éxtasis. Deslumbrado por estas secuencias, que se sumaban a su erudita galería de imágenes mentales relacionadas con la orina, el escritor resolvió estudiar la relación entre el amor físico y la micción a partir de los ecos artísticos que ésta produce.