martes, febrero 21, 2006


Una flor que vale una nariz de oro

Una mano Extraña.
Una mano foranea.
Una mano amiga.
Una mano y un antebrazo suave.
Una mano y un antebrazo, aún y tersos, no son suficientes.
Una mano y un hombro porcelano, frío pero hermoso.
Una mano, un ombligo y dos omóplatos tan blancos como los míos.
Nadie se contenta con eso. Simplemente, no es suficiente.
Un labio superior de mil primaveras y un paladar de cinco inviernos.
Una nalga, una mano y una axila.
Una caricia de pecho a papada. Larguísima; interminable.
Dos dedos anulares, dos pulgares y una lengua.
Una pupila dilatada.
Puntilla, encaje, cuero, jean y saliva.
Una sensación cercana al espasmo.
Pelo por doquier. Palabras inconexas.
Olor a cal húmeda.
El sabor metálico de la radioactividad, anchoas frescas, orín, Saturno, Venus, Zeus y el conjunto del Ballet Nacional De Polonia tocando un tema de fito.
Movimiento contínuo. Pausas desesperantes. Pausas de lucidez pasmosa. Pausas de ojos abiertos.

Un descanso, Un intermedio

Una llaga roja, violacea. Una herida. Casi treita días.
Una cebolla como un puño. Una cebolla de mil pieles.
Una cebolla dentro de otra dentro de otra dentro de otra.
Una cebolla teñida en frambuesa.
Una cebolla roja que babea un ácido absoluto. Completo.
Medio durazno sin carozo pintado con mertiolate sabor a trucha.
Merluza a la manteca negra.
Una caberna infernal, divína, roja, latente, viva. Comunicativa.
Una gota de acuarela tierra siena como el ojo de una cerradura.
La huella de mi mejor gubia.
Dos Parentesis dibujados por la pluma de Baudelaire.
Una boca de soprano vertical y perfecta.
Miel, arróz, café, almendras, anís, limón y un ramo de caléndulas clavadas entre los pequeños pechos de la virgen de La Piedad.
Una flor que vale una nariz de oro.


Y así pasó San Valentín, con cúpidos llorones vestidos de oferta.
Algunos lo buscaron en su vaso de cerveza. Otros volvimos a ponerle Canela al café.
Y fue así nomás, che. Abrí el ropero y bailé un rato con los mismos esqueletos de siempre.

Cada véz más cerca, la posibilidad de una isla. Vestidito y listo como un bombero, a conquiestar el tiempo perdido.
La puta duda madura estuvo reencarnada en el celular, otro forro amigo nuevo. Y te doy alguna información de primera mano: el celular es como el reloj, no lo usas. Te usa.

Pero vino tarde la duda, y la dejamos sola. Y vino acompañada de verguenza, que es la prima fea de Desesperación. Y el tiempo no espera a los desesperados.

Hubo parejas que se complotaron contra todo, guardándose en una cajita y sacandose la ropa con lo dientes. Reencontrandose, un poco más viejos. Un poco mas lindos, y ciegos de azucar, como los perros.
Esos que le hicieron Fuck you al planeta y se lamieron hasta el pañuelo, encontraron el gusto olvidado por la vulgaridad.
A esos miraba mientras, con los ojos abiertos de frio, me daba la mano a mi mismo, diciendome mucho gusto.